Cosmos by Witold Gombrowicz

Cosmos by Witold Gombrowicz

autor:Witold Gombrowicz [Gombrowicz, Witold]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1966-12-31T16:00:00+00:00


SÉPTIMO

Todo pasaba a la distancia, en la lejanía. No era la casa de allá la que se alejaba de nosotros, sino éramos nosotros los que nos alejábamos de ella… y además esta nueva casa, la de acá, inmersa en un silencio tan aterrorizador y solitario que nuestros gritos ni siquiera lo rompían, no tenía existencia propia; existía únicamente en razón de no ser la otra casa… Tan pronto como bajé, de un salto, de la calesa, me golpeó esa revelación.

—Nadie en el interior, ni un alma; la cabaña es enteramente nuestra, uno aquí lo puede pasar muy bien, ¿qué os había dicharichodo? Un paisajales casi digno de un rey de las montañas, lo veréis más tarde, primero hay que echarle algo a la boca, boca, boca, fuerza, fuerza, allons enfants de la patrie…!

—León, pásame las cucharitas que están en esa bolsa; Lena, las servilletas; sentaos, cada quien donde quiera; monseñor, usted aquí, se lo ruego —todos respondían a sus órdenes con rapidez, ya están sentados—. Faltan dos sillas. ¡Un almuerzo de Lúculo!

Usted, por favor aquí, señora… ¡Las servilletas!

Nos acomodamos en una gran mesa del salón. Varias puertas conducían a los otros cuartos y una escalera al piso superior. Las puertas estaban abiertas y permitían ver los cuartos desnudos, con solo catres y sillas en el interior, una gran cantidad de sillas. La mesa estaba servida; yo estaba comiendo; la atmósfera era alegrísima.

—¿Quién quiere más vino?

Se trataba, no obstante, de ese género de alegría que se crea en las fiestas, en que cada uno trata de estar alegre para no arruinar la diversión de los demás; y en realidad todos estaban un poco ausentes como en las estaciones cuando se está a la espera del tren… La ausencia se unía a la miseria de esta casa de paso, desnuda, carente de cortinas, de armarios, de sábanas, de cuadros en las paredes, de alfombras, provista solo de ventanas, lechos y sillas. Y en ese vacío no solo las palabras sino también las personas parecían más ruidosas, más contundentes. Bolita y León especialmente parecían hinchados y estrepitosos en desmesura, y los acompañaba el alboroto de los huéspedes ocupados en comer, las carcajadas enloquecidas de los Lulos y las porquerías que contaba Fuks, ya bastante borracho; bebía (me lo podía imaginar) para ahogar en alcohol a Drozdowski y las tribulaciones de su oficina, el sentimiento de exclusión, semejante al que yo sentía ante mis padres… él, un hombre desgraciado, un empleado irritante, alguien que lo obligaba a uno a cerrar los ojos o mirar a otra parte con tal de no verlo. Bolita se prodigaba en distribuir ensaladas y embutidos, era admirable, hospitalaria, cálida, «háganme el favor, debe probarlas, hay tanto que comer, sin cumplidos, hambre no vamos a pasar, eso se lo garantizo», etcétera, etcétera, preocupada de que todo saliera a la perfección, con elegancia, se trataba de una excursión original, un juego de sociedad, nadie podría quejarse de no haber comido hasta la saciedad y de no haber calmado la sed. Igual



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